No es falta de deseo. Es exceso de silencio
Cuando el cuerpo habla, y el alma pide volver al amor que somos. A veces no es que no tengas ganas. Es que estás inflamada de tanto tragarte palabras. Tu cuerpo se cansa de sostener lo que callas. Y tus hormonas, sabias, se desconectan para protegerte. Te dan una tregua. Te susurran: “Ya no podemos más si no nos escuchas.” Y tú… te apagas. Poco a poco. Dejas de moverte como antes. Dejas de cantar en la ducha. De tocarte. De crear. De reír con esa carcajada tuya, la que nace desde el vientre. Pierdes el brillo. El impulso. La curiosidad por la vida. Y lo peor: te culpas. Porque te enseñaron que si algo no funciona, eres tú. Que tienes que adaptarte, ser fuerte, seguir adelante. Que el enojo no se ve bien. Que no puedes decir “no” sin parecer egoísta. Pero la verdad es otra. Tu deseo no está roto. Tu alma no está perdida. Estás sobreviviendo en un sistema que te pide que no sientas. Y eso, hermana, duele más que cualquier herida física. Tu cuerpo grita lo que tu voz no se atrevió a decir...